Por Andrés Vera Díaz
Ciudades como Los Ángeles, California, se han convertido en el epicentro de una crisis migratoria sin precedentes, agravada por las políticas xenófobas del segundo mandato de Donald Trump. Su retórica ultraderechista no solo criminalizó a los migrantes, sino que normalizó un clima de hostilidad que permeó amplios sectores de la sociedad estadounidense.
Esta situación, ya de por sí compleja, se ha visto empeorada por la pasividad de la oposición política en México. Su silencio no es neutral: es complicidad. Mientras miles de personas enfrentan deportaciones masivas, rutas peligrosas y la crueldad de políticas como la separación familiar o el desmantelamiento del DACA, los partidos mexicanos de oposición prefieren mirar hacia otro lado.
Trump no solo impulsó el muro fronterizo o revocó protecciones a migrantes; su narrativa los pintó como invasores, alimentando ataques y discriminación. Las consecuencias son tangibles: más muertes en el desierto, más familias destrozadas y un sistema de asilo colapsado. Incluso herramientas como la app *CBP One* —una vía legal para solicitar refugio— fueron saboteadas, dejando a miles atrapados en el limbo.
Frente a esto, la postura de México ha sido ambivalente. El gobierno actual, aunque presionado por Washington, al menos negocia. Pero la oposición —que debería denunciar abusos— se limita a un mutismo vergonzante. ¿Dónde están sus críticas a las redadas? ¿Sus exigencias para proteger a connacionales? Su inacción los delata: parecen más preocupados por no molestar al poder estadounidense que por defender derechos humanos.
Mientras, los migrantes siguen expuestos a violencia, trata y deportaciones. La falta de un debate serio en México sobre este tema revela una doble moral: condenan al gobierno por otros asuntos, pero callan ante una crisis que afecta directamente a millones.
Esta crisis no se resuelve con muros ni discursos de odio, sino atacando sus causas: pobreza, violencia y falta de oportunidades. Pero para eso se necesita valentía, algo que la oposición mexicana no ha demostrado. Su silencio no es casual: refleja sumisión a los intereses de EU., como cuando avalaron la «guerra contra el narco» disfrazada de intervencionismo.
Si realmente defendieran la soberanía, exigirían sanciones a Trump por sus políticas racistas. Pero tres días de protestas masivas no bastaron para que alzaran la voz. Su «patriotismo» es selectivo, y su complicidad con la derecha estadounidense —que hoy financia campañas contra gobiernos progresistas en la región— queda al descubierto.
Extender con el reproche y la reprobación de los actos xenófobos de Trump, los haría merecedores del retiro inmediato de primera cuenta, de sus visados, pero además, extendería un mensaje contrapuesto ante la derecha norteamericana y sus tentáculos en América Latina.
Sin embargo, su silencio luego de tres días de álgidas manifestaciones, los coloca en el escenario de un falso patriotismo y revive la percepción de un entreguismo per se, como ha sucedido cuándo respaldaron el intervencionismo gringo en el pretexto del combate al narcotráfico.