Por Andrés Vera Díaz
“Todos tienen cola que les pisen”, una confesión explícita. Raya en lo siniestro y cínico pero con singular verdad. “Está cabrón”, la coloquial respuesta ante lo innegable.
Así se desarrolló la última sesión legislativa en la asamblea local. Acusaciones de sus pares y entre supuestas pruebas y otras reales, la pugna se debate entre quién es más corrupto, no entre quién no lo es. A confesión de partes, culpabilidad manifiesta.
Con la llegada de la 4T, teóricamente estábamos ante la presencia del derrumbamiento de la corrupción, pero la realidad es que se trasladó a un discurso de puritanismo que sopesa la misma coacción heredada culturalmente, por sistema.
Parte del entramado institucional de nuestro país, fruto de los innumerables casos de corrupción, fue la principal causa del cambio de régimen, pero el sistema se impone ante cualquier buena intención personal, y eso, es lo que ha calado a la cuatroté. Sin embargo, la cohesión política en torno a la figura presidencial prevalece en sustentar la honestidad como bandera y es el pretexto perfecto para evadir la acusación ante la corrupción. Ya sabemos como eran en el PRI, pero ahora, la falsedad se extralimitó ante la retórica oficial que solamente se dedica a reforzarla, negando la realidad circudante.
La situación parece haber tocado fondo, pero toda situación es susceptible de empeorar y es el caso en la LXIV Legislatura. Las desavenencias en torno a el Órgano de Administración y Finanzas no son exclusivas para menear a conveniencia el erario, sino en tapar las corruptelas del pasado inmediato.
Que entre los cobros de cheques por parte de quienes han estado a cargo de dicho ente , (porque tienen presupuesto exclusivo), se denunciaron al aire que diputad@s como Priscila Benitez, Jehú Salas y Laviada (que habría pagado a una empresa llamada MwM S.A de C.V Alta Cocina, con domicilio en la colina Santa Rita de Guadalupe.
Turismo legislativo, adquisición de camisas, reparación de automóviles particulares, compra de despensas para comparecencia de alcaldes, facturación por servicios profesionales, pago de hoteles y boletos de avión sin justificación real, 30 mil pesos en combustibles tan solamente en un mes; contrasta con la raquítica productividad legislativa, atorada por la lucha de cotos de poder.
Aún así, la pretensión de revivir las “herramientas legislativas” por parte de la oposición, con el apoyo legislativo del oficialismo (vetado a última hora por David Monreal en un juego de pura plusvalía mercadotécnica) , fue obvia, intentando conceptualizarla invocando el sentimentalismo y empatía social con dos palabras “ayudas humanitarias”. Patético.
Comúnmente se nos dice que corrupción es sinónimo de descomposición o degeneración. La voz latina corrumpere parece afirmar esta idea para la cual corrupto es todo aquello en decadencia (Biscay 2004). La praxis de la corrupción se sostiene en México de una valoración simplista, “Que se lo robe aquel a que me lo robe yo”, encuentra sintonía en un sistema impuesto por el culturalismo. No ser es sinónimo de inocencia, estupidez y menosprecio hacia quienes pueden ejercer la corrupción, porque el sistema lo permite desde sus entrañas. En este sentido, político honesto, es considerado fuera del marco de entendimiento del propio sistema y por ende, engullido, expulsado de cualquier otra pretensión de conservadurismo político o acuerdo entre grupos.
Así, la frase “todos tienen cola que les pisen”, enunciada por la diputada del PES, Zulema Santacruz, expresa simbólicamente lo que se asume como cultura y praxis, de lo contrario, la no pertenencia provoca discontinuidad en los procesos de corrupción, por lo tanto, las jerarquías superiores vetan el futuro.
La política como negocio, como proveedora de acceso al elitismo, es provocada principalmente por esta correlación entre oferta y demanda, consumismo exacerbado ante la suposición de alcanzar privilegios que no eran palpables lejos del espectro político -neoliberalismo puro, que cosas-.. En esa combinación de temor, pobreza y tener para ser, se proyecta inmediatamente en obtener a costa de la complicidad, fuera de la normativa de convicciones doctrinarias. Esos sirven para justificarse solamente. De repente, autos de lujos, cirugías plásticas, teléfonos de última generación y negocios personales, surgen ante la voracidad de legisladoras y legisladores, cuya sobrevivencia debe ser a costa del erario exclusivamente, si no, pues de que sirve.
Entonces, nos encontramos ante la falsa moralidad y la mediates corriente. Te acuso aunque yo sea pero tu eres más o igual. Circulo vicioso que delimita la reputación social en términos de conocimiento manifestó. Ya saben como somos, pero que se sepa lo menos que se pueda. Ante la exposición, la respuesta coloquial es “está cabrón” y “todos tenemos cola que nos pisen”.
Ignorancia y cinismo que llena planas completas, pero no impide su práctica consuetudinaria. Todo es un pacto político, de ahí el transfuguismo ideológico y tácito. Un día se es, el otro no, y al siguiente puede que sea de nuevo. El problema final, es que a pesar de esas exhibiciones, notas periodísticas y repudio social, las cosas siguen igual. Se veta, estigmatiza y acosa a quien piense lo contrario. Se ofenden, victimizan y encolerizan en el mundo de la admisión a priori. Formas de pensamiento que están incrustadas en todos lados, no importa el color.