Por Andrés Vera Díaz
En democracia no hay consensos, hay mayorías, así se expresó el seudo diputado Ernesto González Romo en el pleno de la Legislatura en medio de la discusión para conformar las comisiones.
Curioso que, un legislador emanado de una alianza partidista con otroras satélites del PRI, cuestione consensos desconociendo minorías, es una contradicción burda y muy arcaica. De hecho, la existencia de mayorías relativas en los poderes de representación popular se signan en base a coaliciones de facto o legales para su obtención, pero desde un punto de vista particular, la pretensión de que se conforme una democracia absoluta y en este caso, absolutoria, va en el sentido de adueñarse de una coyuntura condicionante a la predominancia; es decir, el “socio” mayoritario es quien decide sin considerar al resto que pueden tener una preferencia política diferente y hasta surgimiento ideológico contrastante.
Entonces ha quedado clara y obvia la conceptualización de la “nueva gobernanza”: aplastamiento, venganza y totalitarismo. Sí, lo que recriminaban en los tiempos en los que el tricolor también no consideraba en los planos de representación a las minorías, regresa consecuentemente como una praxis en los gobiernos y poderes que buscan la reconversión de la vida pública, como ayer escuché expresar a un novato político como lo es Victor Humberto de la Torre. Nada más contradictorio.
La concepción de democracia tiene aristas, aunque una de sus definiciones precisamente se signa sobre el verso de que su uso es con base en los criterios numéricos en que se ejerce el poder, siendo la democracia la forma de gobierno de las mayorías o los muchos, a diferencia de las monarquías o las aristocracias; también se puede definir como un método o un conjunto de reglas de procedimiento para la constitución del gobierno y para la formación de las decisiones políticas, más que de una determinada ideología. Otra acepción de la Democracia se adjetivaría como Sustancial y se remitiría a los principios e ideales característicos de la democracia moderna donde se privilegia la idea de igualdad ante la ley e incluso en el ámbito económico o social, y la libertad del individuo frente al poder político. Las instituciones que velan éstos principios, en mayor o menor medida, pueden considerarse sustancialmente democráticas.
Es decir, la aplicabilidad del concepto, puede inferirse acorde a las necesidades de la mayoría y sus intereses, pero, ¿cómo interpretarla cuándo la mayoría se presume y conforma gracias a minorías?. Lo curioso de esto, es que esas minorías (partidos satélite, a excepción del PT), se sumaron a Morena tras la derrota electoral en 2018, inclusive y hasta de forma risible, el Partido Verde modificó sus estatutos para declararse partido de izquierda.
Esta “democracia aplastante”, además integrada en su gran mayoría, así como el gabinete estatal, por ex priistas, perredistas, verdes y aliancistas, han sido en todo caso, corresponsables de aprobaciones de deuda en pasadas legislaturas, fracasos como la construcción de la presa Milpillas e inclusive, hasta promotores ávidos para que el partido guinda fracasara en su meta de constituirse como instituto político. ¿Entonces nos encontramos con una disyuntiva patética?: ¿La mayoría entonces se entiende como el uso de coyunturas para aplastar al adversario sin perspectiva estadista?.
Sí, y en los casos que nos atañen, la supervivencia va aparejada de adherirse a quienes otorgan la posibilidad de mantenimiento en la “función” pública. Así por ejemplo, nos encontramos con “legislador@s” como Violeta Cerrillo, Xerardo Ramirez, Priscila Benitez e Imelda Mauricio, ex priistas de cepa defensores de oficio de Enrique Flores, Miguel Alonso y el Sol Azteca hasta hace poco. Es cuestión de buscar antecedentes para poder recalcar que sus “principios” y “lealtades” son temporales.
El legado satelital tiene aroma a genomas. Seguramente, aquellos que han arribado y se asumen como “mayorías” definirán su futuro político en otros procesos electorales en base a la percepción o inercia de victorias de algún partido, la historia así lo indica. Mientras tanto, la negación de su pasado no solamente advierte la falta de identificación ideológica o el retorcimiento de algunas esquirlas. Por ejemplo, en la LXI Legislatura, Soledad Lúevano (una de las jefas de González Romo) era diputada de MC, partido en este momento, parte de la minoría a desconsiderar por simple fobia política.
Algunos alegarán que es válida la “reconversión” o cambio de opinión respecto a su proceder, pero la inconsecuencia se dicta cuándo solo parafrasean enunciados insignificantes que contrastan con la aplicabilidad de la Ley, la enumeración comprobable de actos de corrupción, denuncias respectivas y el seguimiento legal de las mismas. Así pues, nos encontramos en retóricas refriteadas, sin fiabilidad al momento de revisar su evidente participación en actos de corrupción por acción u omisión. ¿Entonces, debemos asumir su discurso estridente como una verdad o epifanía explosiva? No, y mucho menos, cuando en la “representatividad mayoritaria” en la que se sostienen discursivamente no empata con la pluralidad de gobiernos municipales de oposición que entran en la distritación que representan; además, porque en futuras elecciones, esa mayoría puede reconvertirse en minoría o de igual forma, perder la representación que hoy ostentan. Entonces, en dicho escenario, ¿cuándo sean parte de la minoría, no tendrán calidad electoral, moral o política de sus cuadros o simpatizantes?
Es contradictoria la posición de asumir un poder totalitario como forma de encono. Hoy están, mañana no, eso deben aprender todos, absolutamente todos los partidos, porque además, sus abanderados, luego se cambian. De risa loca, ¿no?
¿Dónde quedó la democracia participativa?, sobre todo en el marco de los «foros» para el Plan Estatal de Desarrollo 2022?. ¿Simulación entonces?, pues la «mayoría» hará lo que se le pegue en gana. Mientras tengamos infames ignorantes, la «transformación» de la vida pública seguirá siendo una bonita teoría.