Por Andrés Vera Díaz
Ayer escuchaba con asombro y cierta diversión la declaración de un “diputado” sobre que la crisis actual de gobernabilidad en el estado es culpa de columnistas. Extraño que sea un responsable de construir leyes (pues por eso son legisladores, entiéndase la etimología del concepto), quienes responsabilicen la falta de legalidad de un gobierno y que tampoco identifique la división de poderes.
Detrás de la declaración de un político se advierte su idiosincracia y por lo tanto, su forma de acción. Cuando precisamente esa tiene una inconsecuencia o una convenenciera mediatez, nos encontramos ante personajes que aprovechan condiciones para transmutar su imagen acorde a sus propias posibilidades o necesidades. Por eso un día son y al siguiente no son o viceversa.
He aquí cuándo se hace pertinente desenmascarar a quienes transitan solamente guiados por la ambición, y en muchas ocasiones, por la vulgar. De pasar a alonsistas, a teliistas y ahora monrealistas no es culpa de columnistas ni reporteros, por lo tanto, una declaración expiatoria o culpable no concuerda con su andar, su trayectoria o su metamorfosis. Normalizar el interés meramente individual en un afán supuestamente colectivo es precisamente lo que no permite una dirección estadista, de cambio profundo. Esa es parte de la labor de un periodista, reportero o columnista entre las que caben los diversos géneros.
El relegar su responsabilidad porque ahora son mayoría y en conjunto, parte de una alianza política que ganó el poder Ejecutivo, además de no comprender precisamente la atribución legal (ejecutar), me remite al oportunismo coyuntural que finalmente les permite acceder a un cargo del que poco conocimiento tienen en realidad. Las serias contradicciones en la forma y fondo quedan plasmadas por trienio o sexenio y en ese devenir, lo que un día defendían, ahora representa contrariedad. ¿Cómo lograr un cambio cuándo encontramos personajes guiados por la simple búsqueda de permanecer vigente en la vida pública a través del erario?.
No es una cuestión ni siquiera partidista, sino de idioisincracia, de cultura, que se asume como tal sin encontrar sus raíces y mucho menos metamorfosis. Lo he dicho antes, el multipartidismo es uno de los principales cánceres del país y el Estado, un legado negro que ha dejado el PRI con la invención de un sin número de organizaciones que a la postre definieron la conformación de agrupaciones como una forma para la obtención primero, de cuotas de poder para beneficio cupular y en segundo término, al Estado como ente.
Max Weber explicaba el concepto de lo político desde su perspectiva, identificando la tensión inherente entre lucha y culpa, así como la legitimación del poder por medio de la violencia. Advertía además, sobre lo irresoluble entre los hechos y los juicios de valor por la esencia subjetiva de éstos últimos, sin embargo, aclaraba que aunque el conflicto de valores es irresoluble, también se identifica entre los niveles de poder, que al interior de cada uno, existe el compromiso resuelto por los valores últimos de su comunidad; esto es, un fin último que radica en el pluriverso, fruto de la conciencia política del pueblo, de la conciencia de un pueblo unido hacia dentro y separado del afuera, en virtud de un criterio intenso de amistad y enemistad.
La concepción misma habla sobre la naturalidad y diversidad de pensamientos y estructuras, pero no justifica la situación paradójica de un individuo que está en paz consigo mismo mientras el mundo está regido por la guerra, es decir, mientras el personaje o personajes en cuestión, individualizan su objetivo no es razón para olvidar que el compromiso por un valor, la convicción firme y determinada por una causa debe entrar en competencia con otro sentido del deber, y ese sentido sea meramente coyuntural.
Así, aunque es difícil de comprender para quienes su única razón de subsistencia es la permanencia como tal, y además, en una cultura en la que la sumisión temporal se admite como inherente ese proceder, tampoco significa que el individuo (en este caso, reportero, periodista o columnista) deba justificar per se una idiosincrasia cernida en lo prematuro.
Supongo (y aunque en este juicio de valor emitido intencionalmente ante el conocimiento de la ignorancia de quien ni siquiera, como diputado, puede delimitar la necesidad de aplicar la legalidad porque “hay mucho gobernador”) no comprenderá a cabalidad estos párrafos, ni tampoco tendrá la intención de modificar conductualmente su proceder, pero cabe resaltar la importancia de recordar que no se trata de ser a ultranza un columnista de oposición, se trata de serlo en relación al poder mismo.
En este sentido le tocó a Miguel Alonso y a Alejandro Tello ser objeto de duros cuestionamientos, pero más aún corresponde cuándo a la llamada “izquierda progresista”prometió cumplir con creces lo que argumentó en campaña, ser un fiel y fidedigno transformador del estado de cosas. Pero es que, no hay visos ni hechos de que eso esté ocurriendo. De ahí parte la necesidad obvia de ser responsivo, crítico y hasta ácido, porque entonces, de lo contrario, sería como ese “diputado”. Otro más que aplaude por una vil necesidad de supervivencia.
No se equivoquen señores, los columnistas no somos promotores de la desestabilización por mera fobia, simplemente analizamos y desmenuzamos lo que ustedes en franca contradicción no pueden modificar. Pero en todo caso, agradezco la importancia que nos han dado como coadyuvantes para que muchos de nuestros lectores entiendan que el modus operandi de la política no cambia por simple mudanza de colores.
En este sentido, si el permear la exigencia para que la conducción política no sea en base a estrategias perversas, retórica barata y palabras vacías se convierte en factor de desestabilización para un gobierno amorfo, mentiroso y contradictorio, pues sí, sí me quedo con eso.