Por Andrés Vera Díaz
La muerte como encuentro con lo desconocido ha tenido diferentes manifestaciones en distintas culturas, sea a través de la literatura o la música, o a través de costumbres y ritos sagrados. El miedo y tabú que rodea a la muerte en las civilizaciones occidentales actuales es comprensible y hasta lógico, pero la sociedad mexicana ha sabido darle una visión muy particular desde un punto de vista comprensivo, solemne y festivo, lo que permite a los mexicanos aceptarla de otra forma.
Las diferentes culturas han generado múltiples creencias en torno a la muerte y a partir de ellas, se generaron distintas costumbres y mitos. Una de las principales características de México como país es su fuerte identidad. Los mexicanos han sabido forjar grandes tradiciones que terminaron por conformar su identidad como nación y cultura.
Cuando logra vencerse el tabú y la muerte pasa a ser representada, se vence el miedo y se está listo para enfrentarla. El mexicano no teme ni rechaza la muerte, sino que la acepta como parte de un proceso natural, un viaje hacia un destino incierto. Esta visión solo puede ser explicada a través de la historia de México y sus antiguas creencias que prevalecen hasta hoy.
Sin embargo, dicha visión parece transformarse cuando la muerte se presenta con hechos que no corresponden al carácter natural de la muerte u ocasional que se aceptan por tener una esencia de acción circunstancial, sino que la comprensión de la muerte como parte de la vida, se repudia ante situaciones que pueden prevenirse o minimizarse como los asesinatos vinculados o vinculantes con la inseguridad y la delincuencia.
Y es que la multiplicidad de sentimientos que enmarcan y emanan al Día de Muertos los cuáles pueden ser observados en los panteones, como la alegría del recuerdo, la tristeza por la partida, el lamento e inclusive, el agradecimiento por el fin de la vida terrenal, no se anexan al repudio familiar, social o individual por la partida de aquellos que son víctimas del homicidio como “daño colateral” del crimen organizado, cuyo engrandecimiento no sólo se basa en la corrupción e impunidad de las instituciones del estado mexicano, sino por un sistema de consumo neoliberal, por la indiferencia y egocentrismo de la propia sociedad, en la que ahora parece más importante ser importante que saber, en la que es más valioso poseer materia, tener poder o creer que se tiene por medio de un arma, que por medio del conocimiento.
El Día de Muertos ahora, es todos los días, no es una metáfora, es un hecho innegable a los ojos de un pueblo confundido y atemorizado. Más de 600 asesinatos en Zacatecas y 34 mil a nivel nacional en lo que va del 2017, lo convierte en el año más violento en la historia, muchos de los cuáles son colaterales (recordemos al joven que murió por una bala al interior de su área de trabajo), otros provocados por la enfermedad social en el consumo de sustancias ilegales, que alimentan al narco, (recordemos la joven quemada por su propio hermano en Guadalupe), y otros más, por ambos factores, como el caso de Cinthia Nayeli.
Y aunque los mexicanos se relacionan con la muerte de manera muy diferente al resto de las sociedades de occidente, pues para el mexicano existe una dualidad en la muerte: es un fin, pero también es un comienzo y representa la despedida de los seres queridos, pero también, el encuentro con aquellos otros que ya dejaron el mundo terrenal , y esta visión particular de la muerte conforma una conciencia colectiva diferente: la muerte, – comprendida como una aliada de la vida, como aquella que nos acompaña desde que nacemos, y por lo tanto no es una enemiga-, parece mancharse de una metamorfosis psicosocial (desde el punto de vista de la psicología social, las normas culturales que son respetadas por un pueblo tienen un valor muy importante para los individuos que de esta forma, se ven condicionados por algo externos a sí mismos), y aunque pocos podrían coincidir en una premisa del relativismo cultural que señala: … la idea de que no existe ningún estándar definitivo del bien y del mal, el repudio de la llegada de la muerte bajo estos mecanismos (ejecuciones, feminicidios y asesinatos colaterales), permea en un plano del ideario social que no se antepone al culto por recordar a nuestros muertos, pero si comienza a elevarse de forma significativa.
El Día de Muertos, más allá de sus orígenes precolombinos, en nuestros días consiste en desmitificar a la muerte a través del espontáneo sentido del humor de la cultura popular, que por supuesto, aún permanece. En este país no existe el luto total, como demuestra el alegre colorido de los altares del Día de Muertos que se ven en casas y espacios públicos. Esos estallidos cromáticos revelan una relación desenfadada, nada solemne, con la muerte, al igual que la música bailable en algunos entierros y los dolientes comiendo en los panteones junto a sus muertos, pero, aunque la colectividad manifiesta en este día un aprecio por la muerte, basta preguntarle a un familiar de alguna persona asesinada si su visión de la misma no enfrenta la idea básica de conmemorar a la muerte con cariño, a su difunto sí, pero no el fin de la vida terrenal.
Y es que por la relevancia filosófica de la muerte, la existencia de un día para conmemorarla es evidente y necesario, pero no rehúye la esencia de rechazo de la misma, como señale anteriormente, ante hechos que no se circunscriben en la “normalidad” de la vida; porque recordar a un muerto por homicidio no es lo mismo que por vejez, por enfermedad incurable o por un accidente automovilístico incontrolable, el contexto es otro. Se odia a la muerte y al vivo que la invocó, se acepta como parte de la cultura popular, pero en sí mismo, se aleja de su esencia festiva,
Quizá muchos mexicanos no se den cuenta de cuán inefables son estos y otros detalles, tal vez no les otorguen la debida importancia, porque están demasiado inmersos en su realidad desde que nacieron, pero la cultura se va modificando en nichos individuales, así se crean nuevas adoraciones, nuevas visiones, nuevos repudios. El Día de Muertos prevalecerá por siempre, pero su mística, si seguimos viviendo en un país lleno de violencia, sin duda, hará más palpable su transformación.