Por Daniel Morales
Hay un aullido en el viento, un eco silencioso que rompe la penumbra con el sonido de la nada. El vacío habla y consume con el ensordecedor sentimiento de la impotencia que reina en el país. Se cumple un año de una de las tragedias más impactantes de los últimos años, y en cierto punto estas palabras enfrentan una realidad nacional en la que el país vive tragedia tras tragedia. Por su parte las autoridades buscan tapar el sol con un dedo, proporcionando datos irrelevantes y presentando a los autores materiales (siempre en duda de que sean ellos realmente) pero jamás a los autores intelectuales.
La versión oficial de las autoridades, la “verdad histórica”, dice que el 26 de septiembre los alumnos de la Normal de Ayotzinapa viajaban en dos autobuses y que se apropiaron de otros tres en la estación central de Iguala. A las 21:30 elementos del la policía interceptaron los camiones y asesinaron a tres personas. Los estudiantes intentaron huir pero fueron pocos los que lograron resguardarse en casas vecinas. Cerca de las 23:00, en otra de las salidas de Iguala, un grupo armado disparó contra un autobús en el que viajaban los integrantes del equipo de fútbol Avispones de Chilpancingo. En este episodio murieron otras tres personas.
Tras estos eventos, 43 estudiantes fueron secuestrados, torturados y asesinados por miembros del grupo criminal Guerreros Unidos junto a elementos de la policía municipal. Algunos de los estudiantes no llegaron con vida al basurero cercano a Cocula pues murieron asfixiados en el camino. En dicho lugar los estudiantes que continuaban con vida fueron asesinados y sus restos calcinados en una hoguera que ardió desde medianoche hasta las 14:00 del día 27 de septiembre. Esa es la versión oficial que el gobierno ha emitido y con la que ni los padres de los normalistas, los integrantes de la Normal Rural de Ayotzinapa y la nación en general están de acuerdo.
Los 43 de Iguala. México: Verdad y reto de los estudiantes desaparecidos es el titulo del ensayo-crónica del escritor mexicano Sergio González Rodríguez. En su libro, el autor busca encontrar una lógica a los hechos acontecidos el 26 de septiembre de 2014 en el Estado de Guerrero; un evento del que mucho se ha hablado, mucho se ha investigado y poco se ha resuelto.
La matanza de seis personas y la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa Raúl Isidro Burgos enfrenta a México con su pasado histórico. La situación remite a la matanza del 2 de octubre de 1968, pero Gonzáles Rodríguez explora los eventos y considera que la situación se remonta a la creación de la escuela en los años treinta cuando comenzó un a operar bajo un pensamiento marxista-leninista que continúa vigente. Gonzáles explica que el régimen en el que viven los alumnos es intenso, con una doctrina impuesta, lo que provoca que la escuela haya sido un foco rojo desde su creación.
De esta escuela surgió Lucio Cabañas, activista político que al ver asesinada a una decena de personas cambió las marchas por la militancia y creó el Partido de los Pobres que combatió de manera armada al gobierno. En 1974, secuestró a un candidato a la gubernatura del PRI y poco tiempo después murió en un enfrentamiento con el ejercito mexicano, convirtiéndose en un mártir de la lucha guerrillera en Guerrero. La historia de protesta y represión no es nueva.
Según el autor del libro, Guerrero “representa una entidad que se ha desarrollado a partir de pobreza extrema, enfrentamientos con el narcotráfico, abandono del gobierno y una ideología militante”. El pensamiento ideológico de múltiples grupos militantes, así como de la Normal Rural de Ayotzinapa, se rige bajo la siguiente premisa: “soberanía popular como base de todas sus acciones”.
Lo interesante del ensayo de Sergio Gonzáles Rodríguez es que busca la verdad por todos lados. No ataca al gobierno sin fundamentos, todo lo justifica con hechos documentados y así como muestra las incongruencias del gobierno, también encuentra inconsistencias en la forma en la que los directivos de la Normal Rural de Ayotzinapa actúan. Desde exponer que ellos sabían el riesgo en el que ponían a los estudiantes al autorizar su viaje ese día, así como las “cooperaciones” con las que consiguen dinero para la causa. Éstas consisten en: “impedir el libre transito y apropiarse de vehículos, en forzar a la gente a dar dinero y según el autor, los normalistas se han apropiado de entre 30 y 80 millones de pesos provenientes de las casetas de cobro así como de más de 120 vehículos oficiales y no oficiales que suman cerca de 30 millones de pesos. De todo este dinero cada familia de los normalistas desaparecidos sólo reciben dos mil pesos al mes. Incluso explica que para algunos residentes de Iguala el enfrentamiento es considerado como un choque entre dos bandos más que una pugna política”.
La obra presentada por el autor explora mucho más de lo que las autoridades han dado a conocer. Busca en el pasado de Guerrero, la formación de los grupos guerrilleros así como en las relaciones que el gobierno mexicano tiene con Estados Unidos y el narcotráfico, elementos que él afirma trabajaron juntos durante mucho tiempo. También acuña un termino: “juvenicidio”, pues los asesinatos a jóvenes en México (el sector más grande de la población) es recurrente en la historia de la nación; exterminar el pensamiento liberal para asegurar la estabilidad es parte de lo que el gobierno logra infundiendo el miedo, generando desapariciones y asesinando a sus jóvenes.
Un ensayo rico en detalles, datos e historia; pero que en ningún momento pierde de vista el punto de su investigación, mostrar la realidad nacional, buscar una explicación sobre qué fue lo que realmente sucedió y quiénes son los verdaderos culpables. A pesar de ellos, el autor no convierte a los estudiantes en una cifra más, pues el resentimiento, la ira y la indignación del escritor salpican las páginas de su libro
En una entrevista con Frente, el escritor invita a los jóvenes a salir de su pasividad, a alejarse de las redes sociales y del falso activismo que éstas provocan, aunque no es sólo salir a marchar sino vivir la vida política de manera activa, No se trata de formar parte de un partido político pero si enfrentarse a la realidad y exigir derechos, estudiar la constitución y saber lo que merecemos y lo que debemos dar. Dejar lo apolítico y vivir la ciudadanía.
Se cumple un año desde que un grupo jóvenes que buscaban convertirse en maestros de su comunidad para seguir con el sueño del México verdadero fueron desaparecidos, es un año de protestas, enfrentamientos, violencia, sueños perdidos, miedo, indignación, lucha y transición. Pocos aceptan la explicación de un hombre que “ya se cansó” mientras el tiempo sigue su curso y con él, el Estado espera que las heridas cierren, como tantas veces se ha logrado antes. Día con día son más fosas, son más muertos, más hijos, padres, madres, mujeres y niños que no llegan a casa; migrantes cuyos sueños se pierden en un territorio hostil y que en busca del sueño americano encuentran la pesadilla mexicana. Los cadáveres cada vez son más y los lugares para enterrarlos menos.
El 26 de septiembre se repite lo mismo que se ha dicho todo un año “Fue el Estado” “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”. México está cansado, el miedo y la impunidad deben terminar; los ciudadanos tienen derecho a vivir en el país que desean. Soñar por un lugar donde se pueda vivir tranquilamente es una de las peores realidades, un pueblo no debe anhelar eso, un pueblo debe ser libre de vivir, estudiar, trabajar y existir sin miedo. El país continúa buscando a sus muertos, a sus desaparecidos y no descansará hasta encontrar la verdad.