Por Ramón Vera Salvo
Se cumple un año de los sucesos ocurridos en Iguala, Guerrero y la situación en vez de aclararse se confunde cada vez más.
Después de más de 100 detenidos, miles de horas de investigaciones, hipótesis y más hipótesis, verdades «históricas», decenas de marchas, manifestaciones de todo tipo por todo el país y en muchas partes del mundo, etc., nos encontramos casi peor que al principio.
La verdad histórica hace agua, después del informe presentado por el equipo de especialistas enviado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Tres cosas resaltan en dicho informe: una, no era posible técnicamente haber incinerado los cuerpos de los normalistas en el basurero de Cocula; dos, hay un quinto camión en los sucesos que nunca fue investigado y que al parecer es pieza clave en la investigación; y tres, el ejército sí tuvo conocimiento de lo que estaba sucediendo y no hizo nada.
Quedó totalmente en entredicho la investigación de la PGR. Sin embargo, para tratar de abonar a su verdad histórica, la Procuradora presentó otro informe de la Universidad de Innsbruck donde supuestamente se identifica a otro de los normalistas entre los restos hallados en el basurero. Sin pretender desacreditar a la Universidad de Innsbruck, al parecer existen fundadas dudas sobre la veracidad de dicha identificación.
El presidente se reúne con los familiares de los normalistas y de los ocho puntos que le plantean no decide nada. Todo queda en declaraciones de buena voluntad y el «compromiso» del gobierno de llegar a la verdad.
A un año, persisten más dudas que aciertos. Y eso genera muchas suspicacias. ¿Será que el gobierno sabe más de lo que dice y no le conviene que se sepa?, ¿se podrá llegar alguna vez a saber exactamente lo que sucedió?.
Tengo serias y fundadas dudas de que se llegue a conocer la verdad de los sucesos. Existen demasiadas trabas en la investigación que conducen a pensar que nunca se llegará a dicha verdad porque tendría muy serias implicaciones para el gobierno y provocaría una muy importante crisis política de consecuencias impredecibles.
Espero que mis dudas sean infundadas y que en algún tiempo sepamos no la «verdad histórica» de Karam, sino la verdadera verdad.
Lo que más entristece (de por sí lo ocurrido es muy lamentable y triste) es que a pesar de todo lo que sucede en el país, los ciudadanos sigamos impávidos espectadores del derrumbe de la credibilidad y de la moral política. Los partidos (y de eso no se libra la llamada izquierda) siguen en lo suyo: la búsqueda de cotos de poder para usufructuarlos y repartir canonjías a los amigos de los dirigentes.