La Ciudad de México sabe que volverá. Que el terremoto volverá. Por eso conmemorar el 30 aniversario del que mató a más de 20.000 personas en 1985 es también conjurarse y revisar la preparación contra el próximo que ronde o supere la magnitud del último, la cifra fatídica: 8,1 escala Richter, el número que llena de sentido la palabra que emplean los mexicanos para denominar un terremoto. El temblor. Un temblor: movimiento en el suelo, miedo en las tripas.
Miedo a lo que aquel 19 de septiembre vino deslizándose desde la costa del Pacífico, surcando a 15 kilómetros bajo tierra, y a las 07:17:47 penetró el Valle de México liberando durante dos minutos y medio una sacudida de ondas sísmicas equivalente a 316 bombas nucleares como la que cayó sobre Nagasaki en 1945.
Repitamos: más de 20.000 muertos. Añadamos: unos 5.000 desaparecidos. Más de 6.000 viviendas colapsadas en el momento o demolidas después. Se contaron 4.000 personas rescatadas entre los escombros.
He aquí algunas crónicas de lo sucedido ese dia:
Uno: “En algunas zonas de la ciudad se aprecia el olor a la descomposición de los cadáveres. La capacidad de supervivencia es a veces asombrosa. El mismo domingo, hacia las seis de la tarde, sacaron viva en Tlatelolco a una anciana de unos 70 años”.
Dos: “La radio pedía el lunes a las siete de la mañana: ‘Por favor, envíen urgentemente aire comprimido a la esquina de Juárez y Reforma. Allí se encuentran, bajo los escombros, 10 personas vivas’. Los rescates rompieron todas las leyes de la lógica, y llegó a salvarse a bebés recién nacidos que habían quedado muchas horas sin alimentos bajo los montones de cascotes. También han aparecido niños de los que no se sabe a qué familia pertenecen”.
Tres: “En muchas zonas de la ciudad falta agua, y gentes desesperadas llegan a las tuberías, cavan el pavimento y abren las cañerías para aprovisionarse. Esto provoca fugas y pérdidas mayores. Los teléfonos funcionan mal y no hay comunicaciones con el extranjero ni fuera de la capital”.
Cuatro: “Una emisora denunciaba ayer que un director de escuela quería reanudar las clases. El locutor denunció: ‘Eso es un asesinato en potencia. El director no es Dios Padre. Actúen, por favor, y no pongan en peligro la vida de sus hijos’”.
Y cinco: “Al lado de la solidaridad colectiva del pueblo mexicano se producen también hechos de usura y delincuencia. La radio de la cadena Televisa condenó ayer en términos terriblemente drásticos a ‘estos buitres, gente amátrida (sin madre) y mal nacida, que debería ser exterminada. Habría que poner paredones por la ciudad para llevar allí a estos alacranes. A esa gente habría que meterlos en pedazos bajo las ruinas y sacar a los buenos mexicanos que están allí debajo’”.
El 85, además de un desastre natural, fue un hito político. El viejo régimen del PRI, liderado entonces por el presidente Miguel de la Madrid, había llegado deteriorado a los años ochenta y el terremoto desnudó su falta de capacidad de reacción institucional más su desconexión de la población.
La respuesta inmediata de la capital al cataclismo fue, resumió Comas, “orden civil frente al desorden oficial”. O en versión del escritor Carlos Monsiváis, en un artículo de esas fechas en la revista Proceso: “El 19, y en respuesta ante las víctimas, Ciudad de México conoció una toma de poderes de las más nobles de su historia, que trascendió con mucho los límites de la mera solidaridad. La conversión de un pueblo en Gobierno y del desorden oficial en orden civil. Democracia puede ser también la importancia súbita de cada persona»
La respuesta inmediata de la capital al cataclismo fue, resumió Comas, “orden civil frente al desorden oficial”
En un artículo en EL PAÍS, Octavio Paz sentenció: “El temblor nos ha redescubierto un pueblo que parecía oculto por los fracasos de los últimos años y por la erosión moral de nuestras elites. Un pueblo paciente, pobre, solidario, tenaz, realmente democrático y sabio”.
En las zonas más afectadas de la ciudad, el Centro Histórico y barrios populares del entorno como las colonias Guerrero, Tepito y Morelos, los vecinos, asociaciones civiles y grupos religiosos, en especial jesuitas, se pusieron a trabajar codo con codo. Frente a la parálisis del Gobierno y a la intención de algunos sectores de desalojar las áreas dañadas para emprender una “modernización urbana” del viejo corazón de la capital, optaron porque la gente no saliese de sus barrios, acampando en tiendas, y presionar a favor de la expropiación de esos terrenos para la ejecución de un plan austero y funcional de reconstrucción de vecindades. “Sin pedir permiso empezamos a construir proyectos modelo en cada colonia”, cuenta Jorge Jiménez, que participó en el proceso como miembro de Casa y Ciudad, un colectivo de arquitectos jóvenes.
Una de las pruebas de la gangrena institucional develada por el sismo fue la cantidad de edificios públicos que se vino abajo. En una de sus crónicas, Comas citaba la conversación entre dos policías rasos ante las ruinas de un hospital. “‘Fíjate la viga que utilizaron para el edificio. Se utiliza sólo para las viviendas. Los ingenieros que hicieron esto no tienen madre’. El otro replicó más drásticamente: ‘Cuánto dinero se ahorraron esos cabrones”. En su artículo, Octavio Paz condenaba, más poéticamente, “la megalomanía de los últimos Gobiernos, empeñados en levantar en un parpadeo sexenal Babilonias de cemento del tamaño de su vanidad. Los cimientos de esas moles estaban podridos como la moral de los que las erigieron”.
El escritor Fabrizio Mejía Madrid, coautor de la novela gráfica sobre el sismo Zona de desastre (Sexto Piso, 2013) y uno de los comisarios de la actual exposición Los días del terremoto (Museo del Estanquillo, DF), vivió el sismo siendo un adolescente y fue parte de las brigadas voluntarias de rescate. “Con los edificios que se cayeron, se cayó también parte del proyecto oficial de modernización de Mexico”, afirma, y explica que de entre esos cascotes surgió en el sector cultural una combinación de respuesta comprometida y “estética del derrumbe”.
Fotoreporteros en las calles, caricaturistas mordaces, artistas involucrados con los damnificados (Felipe Ehrenberg hizo una revista con los vecinos de Tepito; Vicente Rojo elaboró muñecas para financiar al Sindicato de Costureras), producción literaria(Nada nadie de Elena Poniatowska,Materia dispuesta de Juan Villoro,Terremoto de Guadalupe Loaeza o los textos de coyuntura de Carlos Monsiváis, que en 2005 escribió en retrospectiva No sin nosotros) o películas como Mariana, Mariana y Ciudad de ciegos.
Mejía Madrid también menciona el corto El sueño de Luisa,inspirado en la historia real de una niña que, aquella mañana de 1985, estaba durmiendo y con la fuerza del sismo salió expulsada por la ventana, con colchón incluido, y mientras su casa se empezaba a derrumbar aterrizó en la calle sobre el colchón, como una Aladina mexicana volando en su alfombra sobre la catástrofe.