Por Gustavo Jasso Hernández
Twitter @gustavo_jasso
La criminalidad es parte natural de nuestra vida diaria. Cualquier persona de cualquier lugar, a cualquier hora de cualquier día y de cualquier manera puede perder la vida.
Dos ejemplos:
Uno. El pasado 7 de julio de este año, en Calera, Zacatecas, 7 personas fueron secuestradas y luego asesinadas por militares del “glorioso” Ejercito Mexicano .
Dos. El pasado 29 de julio de este año, en Mazapil, Zacatecas, un camión de volteo cargado hasta el copete de arena, se quedó sin frenos y arrolló a más de un centenar de feligreses que participaban en una peregrinación, dejando un saldo hasta este momento de 29 muertos y un montonal de heridos .
De los soldados asesinos, uno pudiera pensar que son mercedarios que matan por dinero, que son asesinos por naturaleza, que no conocen la insensibilidad moral, que no resisten sus deseos criminales, que son crueles por naturaleza, que matan por el simple gusto de matar, que son homicidas sin escrúpulos, etcétera, etcétera.
Del chofer que abandonó el camión de volteo a su suerte, uno pudiera pensar que es un cobarde, que es un imprudente, que es un asesino por accidente, etcétera, etcétera.
Uno pudiera formular más conjeturas, finalmente la criminalidad como la imaginación no tiene límites. En México todos podríamos cometer un crimen, pero no lo hacemos porque a diferencia de los asesinos realizados, que afortunadamente son una minoría; nosotros que somos la mayoría, somos criminales irrealizados porque sólo nos animamos –de vez en cuando- a matar políticos, asesinos y delincuentes con el pensamiento, pero de ahí no pasamos porque le tenemos miedo a la cárcel y porque amamos la vida.
Las versiones oficiales de los oficialmente responsables de garantizar nuestro derecho natural y constitucional a la vida ya están afinándose, esperemos que no las falsifiquen y que se castigue a los culpables.