Por Ramón Vera Salvo
Desde hace ya varios años, por no decir muchos, la política en México ha dejado cada vez más de ser una actividad de principios, de ideologías, de argumentos, de propuestas para el bien común, de búsqueda de mejores condiciones de vida de la población, de planteamientos para mejorar la justicia, la igualdad, la democracia, el acceso al trabajo, de congruencia, de honestidad, de transparencia, de rendición de cuentas, etc.
En la actualidad, la política ha pasado a ser un negocio administrado por las dirigencias de los partidos políticos y los funcionarios públicos que acceden a los puestos de representación popular o de gobierno de cualquiera de los tres niveles.
Hoy no se lucha por principios, sino por puestos (diputados, senadores, gobernadores, presidentes municipales, diputados locales, regidores) y por el control de los gobiernos (federal, estatal y municipal), porque lo que se busca no es el bien común, sino los intereses particulares de los funcionarios, de los dirigentes y de los “representantes populares”. Estos intereses particulares no son otros más que los negocios que se puedan hacer y el dinero que les pueda dejar al amparo del poder y de las influencias.
Por eso, si nos fijamos las campañas de los partidos y candidatos están cada vez menos centradas en propuestas y definiciones políticas e ideológicas. Se menciona una que otra cosa para no ser tan descarados. Los debates centrados en los grandes problemas nacionales ya no existen. Los posicionamientos de los partidos ante dichos problemas tampoco existen, menos aún propuestas para solucionarlos.
Ahora se trata de vender un producto, es decir, un candidato. Por tanto, la definición de la campaña no tiene que ver con las propuestas de su partido o las que tenga el candidato, según el puesto al que aspira, sino cómo se presenta y qué tan rentable es.
No se trata de defender propuestas y planteamientos y definiciones políticas ante lo que ocurre en el país, sino de ganar a cómo de lugar. Por eso, si nos fijamos, la ausencia de análisis de la realidad es un factor común. La ignorancia de los partidos y candidatos de lo que pasa y sus causas es enorme. Cómo podemos esperar, entonces, que tengan propuestas.
Como lo que importa solamente es ganar (los negocios dependen de ello), es muy frecuente reciclar candidatos, nombrar a los que no fueron propuestos por su partido de origen, así sea ideológicamente opuesto, incluir artistas, deportistas, payasos o lo que sea. Escuché al cardenal de Guadalajara decir que eso demostraba la falta de cuadros políticos en los partidos. Mi opinión es que no se trata de eso. Se trata de buscar ganar la elección. La capacidad de los candidatos no importa. Sólo irán a levantar el dedo en lo que se les ordene. Hay que atraer a los votantes por cualquier medio. Lo que menos importa es si saben gobernar o legislar.
No es de sorprender tampoco que se hagan las alianzas más extrañas entre partidos que se supone difieren abiertamente respecto de muchas situaciones.
Así las cosas, las campañas se transforman en estrategias de mercadotecnia. Vender el producto utilizando las mismas técnicas de promoción para vender servicios o mercancías. Eso es lo que se hace actualmente. Me decía un dirigente partidario con toda franqueza: “no vamos a invertir (así me lo dijo, invertir) en candidatos que no tengan posibilidad de ganar”. Queda claro, no se lucha por avanzar en el posicionamiento de los planteamientos y de construir organización. Se lucha y se “invierte” allí donde existen posibilidades de ganar. Hay que lograr el poder (para hacer negocios) o vender caro el apoyo si no se logra el triunfo. Pero en ambos casos se hace negocio. Por eso, las campañas ya no son de discusiones ideológicas o de principios. Son de estrategias mercadológicas.
Así está la política en nuestro país. No esperemos que las cosas mejoren y avancen.
Es necesario construir nuevas opciones. Las existentes no tiene remedio.
Me gusta el movimiento PODEMOS de España. ¿Porqué no pensar en algo similar en México?.