Por Ramón Vera Salvo
Desde hace años, el país ha venido experimentando un declive que abarca todos los ámbitos de la vida social: desde el económico –el crecimiento de la economía ha sido muy bajo, con todas las consecuencias que ello implica-, en lo político hemos sufrido regresiones y nuestra democracia está cada vez más débil y en el descrédito, nuestros políticos –de todos los partidos- machados por la corrupción y el desprestigio social, las instituciones impotentes ante la impunidad y penetradas por el crimen organizado.
En este panorama, los ciudadanos hemos quedado en el más grande descobijo. Nadie que haga verdadero frente al deterioro de las condiciones de vida. Nadie que tenga propuestas claras sobre cómo enfrentar los problemas de inseguridad que vivimos a diario. Nadie que se ponga al frente y le de cauce orgánico al descontento social.
La corrupción y la impunidad se han entronizado en la clase política y en las instituciones del estado. Los partidos penetrados por al crimen organizado y en la búsqueda de beneficios personales para sus dirigentes y funcionarios.
No se diga del Poder Judicial. También se encuentra desgastado e impotente para hacer frente a la descomposición de las instituciones, de la actuación de los funcionarios y de ellos mismos, La corrupción también los ha manchado.
Las fuerzas policiales, han perdido toda la confianza de los ciudadanos y sus actuaciones están encaminadas a tapar las actuaciones indebidas, arbitrarias, autoritarias y delictivas tanto de funcionarios, como de instituciones. Nadie cree ya en ellos.
El Congreso de la Unión se ha puesto al servicio del gran capital nacional e internacional, en detrimento de los intereses de los ciudadanos. Los escándalos se conocen a diario y no hay quién pueda salvarse del derrumbe ético-
Las instituciones armadas, también han sucumbido a este derrumbe moral y han perdido mucha credibilidad. Sus actuaciones al margen de la ley y protegiendo intereses oscuros le han restado confianza entre población. Además de que también han sido salpicados por la corrupción y la impunidad.
Los partidos políticos están desconcertados, en total crisis de credibilidad, no saben qué hacer. No son capaces de articular propuestas inteligentes y cuerdas para hacer frente a esta descomposición moral que vive el país. Ni siquiera de hacer un adecuado diagnóstico y sentarse a analizar y discutir alternativas.
La presidencia de la República se encuentra desprestigiada tanto a nivel interno como internacional. Los escándalos por conflicto de intereses y corrupción han quedado evidenciados y documentados en investigaciones periodísticas que no han podido aclarar, ni desmentir. Cada vez que lo intentan dejan más dudas y más evidencias de negocios y prebendas hechos al amparo del poder.
El gobierno en general, sobre todo en la conducción económica y política, no logra articular políticas que solucionen los graves problemas que estamos viviendo y se muestran incapaces de concitar el diálogo y los acuerdos entre todos los actores políticos y la ciudadanía para reconstituir el tejido social y generar las condiciones para salir de la crisis.
Este es el panorama en el que nos encontramos en la actualidad. Tal vez parezca que exagero. Pero esa es la percepción que tiene la inmensa mayoría de la población. Y no es sólo percepción, es una realidad que nos golpea a diario.
La degradación moral y política de la República, es de tal profundidad que requiere de planteamientos radicales para revertirlo. Ya no se trata de seguir haciendo parches y acordando reformitas aquí y allá. Legislando al vapor y para taparle el ojo al macho como dice el dicho popular.
Se necesita volver a refundar la República. El modelo presidencialista está totalmente agotado y no es capaz de darle soluciones al país. El sistema de partidos se ha degradado, pulverizado y convertido en instituciones de negocios. El sistema judicial se ha vuelto un engranaje más del sistema de corrupción e impunidad que se ha adueñado del país. Las fuerzas armadas se han convertido en cómplices de todo este proceso podrido porque han pasado a formar parte de los beneficios del mismo.
El Congreso de la Unión, se ha vuelto incapaz de transformarse en la institución que denuncie lo que está ocurriendo –representando el sentir de la población a la que se deben al ser representantes populares- y de erigirse como el organismo que presente propuestas y soluciones.
La solución no es fácil. Pero es absolutamente necesario buscarla.
La intención de estas reflexiones es la de provocar el surgimiento de ideas. Seguramente existen muchas. Tenemos que empezar a expresarlas y plantearlas a la luz pública.
En las próximas entregas pondré a la discusión algunas ideas. El llamado es a que muchos lo hagamos y podamos darle una salida a esta situación tan desastrosa en la que nos encontramos.