Por José Santos Cervantes
Hubo un primer momento. Anochecía. 60 o 70 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, iban en tres autobuses. Una patrulla policiaca les cerró el paso y otras quedaron atrás; “las patrullas sin decir nada simplemente empezaron a rafaguear”, cuenta Marcos, un sobreviviente. Hubo heridos; Aldo Gutiérrez quedó muerto en vida, con una bala en la cabeza. Luego bajaron a todos, con insultos y amenazas; les pegaron salvajemente. A cuantos pudieron meter en las patrullas, se los llevaron, ensangrentados y golpeados, con rumbo desconocido.
Hubo un segundo momento, poco después de la media noche. Otros compañeros habían llegado, con ánimo de auxiliar a los agredidos. Desde una camioneta blanca les dispararon. Hubo más heridos y muertos.
El saldo fue de tres estudiantes muertos, y otros tres civiles, entre ellos un joven, casi niño, de un equipo de futbol juvenil cuyo camión pasó por ahí mismo, ajeno a todo lo que sucedía; y el chofer, otro de los ultimados. Además, decenas de heridos, y 43 estudiantes recogidos por la policía, de cuyo paradero no hay información a la fecha. Nadie sabe dónde quedaron. Se rumora que los policías los entregaron a una temible banda de narcotraficantes para que los eliminaran. También se sabe que unos y otros, policías y delincuentes, en muchos casos son los mismos. Fosas clandestinas llenas de restos humanos han aparecido, cada día otras más. El alcalde de Iguala, el lugar de los hechos, José Luis Abarca Velázquez, miembro del partido que la propaganda neoliberal denomina “de izquierda”, el PRD, está prófugo. Se ha informado que es el principal sospechoso de haber ordenado los asesinatos, y también que tiene ligas con la delincuencia, de tiempo atrás.
Éste es el México horrendo de la época del neoliberalismo. Hubo represiones antes, inadmisibles, pero jamás sucedió algo que pueda equipararse a estos hechos.
Son el resultado de tres décadas de gobiernos “modernizadores”, adictos a las recetas de Washington y del FMI. Un México en que todo se compra y se vende, de acuerdo con las “leyes del mercado”; también la “justicia”; también los puestos públicos y las candidaturas; también las elecciones mismas y los partidos burgueses, que entre ellos se reparten los roles, unos se anuncian como de “izquierda” y otros, de “derecha”, pero todos pactan, se ponen de acuerdo y sirven a los mismos intereses: los del capital imperialista. Los tres niveles de gobierno, el federal, el estatal y el municipal, frente a este horror que vivimos, en el caso de los estudiantes de Ayotzinapa se lavan las manos y se culpan entre sí. Su conducta es indignante. Sucede que la fracción de la burguesía dominante, entregada al capital imperialista, se integra por elementos que acumularon inmensas fortunas con apego a la “legalidad” vigente y otros que lo han hecho de manera más laxa; algunos, no se sabe cuántos de los primeros, lavan el dinero de los segundos, por ejemplo. A ese entramado corresponde el sistema institucional, corrompido, que sufrimos. La Normal Rural de Ayotzinapa es conocida por el proverbial espíritu de lucha de sus estudiantes. Así ha sido por décadas. Por eso, la fracción de clase dominante los odia. No es un caso meramente incidental.
Por eso, en lo concreto, es necesario exigir que los 43 jóvenes estudiantes sean devueltos, vivos. Y yendo más al fondo, la consigna tiene que ser: ¡Ni un gobierno neoliberal más! Nuestro pueblo no puede seguir siendo rehén de la mafia que ha gobernado desde Miguel de la Madrid hasta hoy, y cada vez peor, por cierto.