Por Andrés Vera Díaz
La política mexicana ha presenciado un quiebre en su narrativa reciente con el desdibujamiento y la eventual ruptura de la alianza electoral entre el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Lo que nació como una unión de supervivencia, bautizada como «Va por México,» frente a la arrolladora fuerza de Morena y la Cuarta Transformación, ha colapsado bajo el peso de la historia, la identidad y los intereses internos, dejando un complejo mapa político en el país.
El matrimonio entre el PAN, de tradición derechista y socialcristiana, y el PRI, el partido hegemónico que gobernó México por 71 años, fue desde su concepción una paradoja ideológica. El PAN se fundó precisamente como el principal contrapeso al autoritarismo priista. Sin embargo, la necesidad de frenar a Morena en las urnas obligó a los dirigentes a sacrificar décadas de antagonismo en aras de la competitividad electoral, creando una alianza que resultó más eficaz para sumar estructuras que para convencer a las bases.
Esta alianza estratégica tuvo consecuencias profundas en la identidad de ambos partidos. Para el PAN, significó abrazar a sus históricos rivales, diluyendo su discurso de «alternativa moral» y asumiendo un costo de credibilidad ante un electorado que los veía pactar con el pasado que tanto habían criticado. Para el PRI, la alianza con el PAN consolidó su imagen de partido sin proyecto propio, dependiente de la estructura panista para mantenerse relevante, profundizando su crisis existencial.
El fracaso electoral en los comicios federales y estatales recientes, sumado a la creciente tensión interna por la distribución de candidaturas y el liderazgo de la coalición, sentó las bases para el rompimiento. El PAN, buscando desesperadamente recuperar su autonomía y una imagen de «oposición auténtica,» ha optado por un relanzamiento y un distanciamiento público del PRI, buscando revertir la percepción de ser un apéndice de la vieja guardia tricolor.
Las Consecuencias de la Alianza en los Estados
Las alianzas locales entre el PAN y el PRI dejaron cicatrices y redefinieron los equilibrios de poder en múltiples entidades. En estados donde el PAN era una fuerza minoritaria, la alianza le brindó acceso a estructuras territoriales priistas. Por el contrario, en entidades tradicionalmente panistas, como Guanajuato o Querétaro, el acuerdo con el PRI resultó innecesario o incluso contraproducente, pues generó resistencias entre sus bases históricas.
En estados gobernados por la oposición a Morena, la coalición creó un dique de contención. Sin embargo, en aquellos donde Morena es dominante, la alianza no fue suficiente para revertir la tendencia. Lo más notable fue que, tras los acuerdos, se hizo más difícil distinguir el proyecto de gobierno propuesto por la coalición, ya que la narrativa se centró únicamente en el «anti-obradorismo» sin ofrecer una visión ideológica clara.
El estado de Zacatecas es un ejemplo paradigmático de las consecuencias de estas alianzas y su posterior quiebre. Históricamente, Zacatecas ha sido un bastión con una fuerte presencia del PRI, seguida por una creciente fuerza de Morena en los últimos años. El PAN, aunque con presencia en algunos municipios y distritos, ha sido tradicionalmente una fuerza minoritaria en el panorama estatal.
En las elecciones de 2021, la coalición entre el PAN y el PRI en Zacatecas fue vital. El PRI aportó la mayor parte de la estructura territorial y los votos duros, mientras que el PAN y el PRD complementaron la boleta. Esta alianza intentó (sin éxito) recuperar el gobierno estatal, demostrando que, aunque la suma de siglas puede generar una gran maquinaria electoral, no garantiza la victoria frente a un fenómeno como el de Morena en la entidad.
El impacto de la alianza en Zacatecas fue doble: por un lado, permitió que el PAN ganara visibilidad en el estado; por otro lado, consolidó la imagen del PRI como un partido que se ha visto obligado a ceder espacios y posturas ideológicas a sus rivales históricos para sobrevivir. La alianza se percibió como un intento de restauración del viejo régimen político.
Con el rompimiento de la coalición a nivel nacional, el PAN en Zacatecas se enfrenta a una dura realidad: perderá la estructura territorial y la maquinaria electoral del PRI que le permitía competir en condiciones más equitativas. El panismo zacatecano deberá replantear su estrategia para 2027, confiando ahora únicamente en sus propios cuadros y una base social que no es mayoritaria.
El PRI zacatecano, por su parte, aunque conserva una estructura local significativa, ya no contará con el respaldo de la marca y las figuras panistas que atraen un voto más urbano e identificado con la derecha. Ambos partidos deberán ahora competir por los mismos votantes opositores a Morena, fragmentando el voto y haciendo la tarea de la oposición aún más compleja en la entidad.
La ruptura del PAN y el PRI no es solo un ajuste de cuentas en la cúpula, sino una reconfiguración del mapa político en estados como Zacatecas. Para el PAN, es un regreso a su punto de partida ideológico, pero con menos músculo territorial. Para el PRI, es la confirmación de su declive como partido dominante. Y para la oposición en general, significa una mayor dificultad para concentrar el voto y una oportunidad para que cada partido demuestre su verdadera fuerza y su proyecto sin el velo de una alianza forzada.
En Zacatecas, invariablemente la ruptura tendrá consecuencias prácticas. Por un lado, pese a que Miguel Varela intente posicionarse como un referente opositor, sin el respaldo priista, la conjugación del cabildo capitalino, en el que el tricolor posee cinco votos, podría definir el rumo subsiguiente de los dos años que aún, lastimosamente quedan de administración y mermen los tibios esfuerzos por lograr esa imagen «disruptiva» que con poco éxito pretenden establecer sus «ideólogos».
La estructura panista es débil, con poca capacidad de convocatoria, dependen de la construcción de una imagen que se ha visto sometida al escrutinio con los berrinches mediáticos y de poca monta de Varela. La exhibición fue tan negativa, que en días subsiguientes ha decidido aplicar operación avestruz para contrarrestar por medio del olvido.
En el Congreso del estado, las repercusiones saltarán a la vista aún más. En las pasadas glosas la agenda dispersa fue evidente, intentando capitalizar el desgaste natural de Morena, pero sin una armonización entre la crítica y la construcción de un proyecto alternativo sólido. La apuesta del PAN parece que va en ese sentido, pero soportado con los mismos cuadros de siempre. El cambio de imagen y deslinde del PRI no les será suficiente, pues la fórmula sigue igual, solamente arreciada a un pragmatismo más conservador, apostando a la “refinación” de sus estructuras base, pero con los pilares podridos que fomentaron al PRIAN.
Ahora, en Zacatecas dependerá del crecimiento de cada partido, las adhesiones que pueden anexar bajo la lógica ya ni siquiera de la formación de cuadros, sino en los niveles mediáticos rumbo a la elección del 2027. Las alianzas parciales podrían ser una opción, como el caso Nuevo León, en donde la preconfiguración de éstas tenderán a ganar el espacio a Movimiento Ciudadano -partido que no ha medido tampoco la consecuencia práctica de una alianza con el “renovado” PAN.
Es por eso que la dirigencia priista no se ha dignado en emitir una posición al respecto, en espera de que haya señales de proposición a que el rompimiento sea en el plano federal solamente.